Los Reinos de El Centauro marca un período de cambios, de transición. Involucra a tres generaciones de un país latino que muta de sus altos niveles de pobreza a uno en desarrollo, y la tragedia que trae aquello.
Refleja el quiebre de su democracia y los radicales cambios al pasar de la extrema pobreza con un pequeño PIB, a multiplicarlo en 40 veces.
Esa situación no es breve, no es gratuita. Demora 50 años y trae dolor, muerte, crueldad, éxito, caos.
Los seres humanos involucrados son las generaciones de ese proceso. De sacrificio, de la belleza, de la inocencia. Del amor al consumismo, la codicia, con toda esa crueldad que trae esa modificación tan radical.
La brutalidad de esa metamorfosis es en el viaje de seres de clase pobre y baja, a clase media, a clase alta, a nuevos ricos, también a multimillonarios. Alejándose de la verdadera belleza, sustituida por los bienes, que son necesarios para una mejor vida. O una aparente mejor vida. Pero que trae como respuesta, también el miedo, horrores, esperanza, el egoísmo, la soledad.
Esteban Fabiá nació un día 7 de noviembre en una tranquila ciudad, al sur de la capital de Chile. Un país latino como tantos otros, que moldea a sus escritores. Con sus realidades, inequidades, crueldad, horrores, belleza, sentimientos, romanticismo. En lucha permanente por arrancar de la pobreza y sentir la libertad y la esperanza.
De una vida conectada con la naturaleza, se muda a la Gran Capital a los 20 años, donde aprende la diferencia y la crudeza que existe entre una Metrópolis, a una ciudad tranquila. Su vida se ha desarrollado en Santiago de Chile.
Su pasión por la escritura nació en forma natural y espontánea a los 19 años. Esto no fue un proceso. “Sabía y me sentía a esa edad un escritor”. “Disfruto de los espacios pequeños para desarrollar mi literatura. Comunicar la intimidad a través de mi narración. Mi percepción del pensamiento humano, de sus actuaciones, de sus existencias bellas, bondadosas, de sus perversiones.
Siento que los escritores tenemos algo o mucho de promiscuidad en el sentido literario. Escribimos una obra y necesitamos estar inmediatamente escribiendo otra. Eso nos permite seguir viviendo, sintiendo que estamos vivos, que existimos”.
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