En una tarde de hace más de veinte años, mi padre, el general Garrido, me llamó. “Siempre te gustó la casa de Nerja,” me dijo por teléfono.
“Es momento de que vayas a defenderla.” La vida es graciosa. Me vine encantado de la vida y dos semanas después estaba caminando por la calle con una espada en el cinto para amedrentar a unos cobardes que me tocaban a la puerta cada noche. ¿Quiénes eran? No lo sé. ¿Qué querían? Que me fuera de mi propiedad. El motivo era muy simple: corrupción.
Nerja, verano azul alma negra es la forma en que hoy el autor desenvaina aquella misma espada, una metáfora y un símbolo de defensa y denuncia antes la consabida degeneración del sistema social, impulsada y mantenida por un puñado de políticos inmorales y ladrones.
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